Poemas con cartografía del país imaginario

12 03 2014

Hoy en Pórtico 21 compartimos tres poemas del autor
Omar Garzón Pinto

AQUELARRE EN MACAYEPO

 

Hoy cayeron piedras del cielo.

Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:

A su choque con el suelo daban gritos de agonía.

Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.

Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.

A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz

y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro.

Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:

Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,

llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra

/ya salada, ya de cal.

Hoy cayeron piedras del cielo.

De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos

y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.

PEREGRINACIÓN A TRUJILLO

 

Y bien, ya estamos aquí

sin decir un solo nombre,

sin cobrar venganza alguna,

acostando nuestras sombras

al lado de los nuestros

y pasa el viento

como un abismo a cada lado.

Todo cabe en una lágrima

y en esta lluvia que nos baja

/por la cara.

Por dentro aún gritamos

cuando la carne ahora es tierra

y nuestro llanto es tierra

/con su carne,

esa tierra en donde caben

todos sus nombres,

esa que nadie recuerda.

Ahí están aunque no los vemos

y los oímos cuando ya no dicen

y les hablamos cuando ya no escuchan.

El recuerdo nos hace uno de nuevo,

nos hace niños a la sombra

de algún árbol del presente

y nos atrevemos a nacer

precisamente aquí

donde la muerte es cada paso.

Nunca había pesado tanto

una flor entre los dedos.

RECIBIENDO A CRISTO EN LA MEJOR ESQUINA

 

Silencio adentro.

Silencio afuera.

Ni latido.

Ni suspiro.

Ni brisa.

Ni lluvia.

Ni voz.

Ni ola.

Ni palmada.

Ni tiempo.

Ni nadie.

Ni nada.

Nada se siente

cuando se tiene

un abismo entre las cejas.

Silencio adentro.

Silencio afuera.

Cristo recién resucitado

acaba de morir de nuevo.





Cartografía del país imaginario

19 02 2014

Prosa del autor: Omar Garzón Pinto

DESPEDIDA EN TACUEYÓ

Después de lo de ayer, solo me resta renunciar a todo lo que fui y a lo que seré, porque de lo poco que ahora soy, lo único seguro es esta última palabra que pronuncio.

No se salvó ni una mosca sospechosa, ni siquiera Dios por reclamar, ni el diablo por tardío, ni el río por ruidoso. No se salvó ni un árbol infiltrado entre nosotros. Todos hicimos parte del fuego: como sombra retorcida o humo de la noche; como cerillo consumido o ceniza entre la brisa; como piedra sobre piedra o piedra entre la boca. Todos hicimos parte del fuego.

No fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero. Un pulmón entre las hojas que estaban en el suelo como manto sobre tierra que cubría otro pulmón agonizante.

Mirar a todos los puntos cardinales y en cada dirección presenciar una versión diferente del infierno que se hacía más y más grande con el paso de las nubes. No hubo santo, ni ave María, ni oración, ni ruego que fuera la respuesta, la esperanza, la última palabra. No hubo confesión o lengua seca, o rostro en suelo que determinara la estocada final. Todos los dolores del mundo nacían en mis heridas y mi estómago era un bandada de aves de rapiña y mi cabeza un enjambre de gusanos.

El fuego, recuerdo muy bien el fuego: Fuego y mis brazos en el piso;
Fuego y mis piernas todavía en el árbol como fuego.

Fuego y mis palabras de ceniza solo quedan y mi cuerpo como puerto calcinado que nadie visitó.

TESTIMONIO NO DOCUMENTADO SOBRE CHENGUE

“Tratemos de entrar a la muerte
con los ojos abiertos”

Marguerite Yourcenar.

Mi abuela decía que entrar a la muerte con los ojos abiertos era de valientes. Nosotros entramos con los ojos abiertos, sin piernas, con las manos sembradas en una calle desolada del pueblo y, en vez de tripas, piedras.

Todos los que partimos hoy en esta noche triste, entramos a la muerte como dioses, sin embargo nadie, absolutamente nadie, nos recordará, salvo –y con algo de suerte– uno que otro estudioso del tema y este cuchillo que nos atraviesa el cuello como castaña caliente que baja por la gargan.